Agave como término tiene sus raíces en el idioma griego antiguo. Deriva de la palabra griega “agavos” (ἀγαυός), que se traduce como “noble” o “admirable”. Posteriormente, el término fue latinizado como “agave” y se adoptó en varios idiomas, incluyendo el español.
El género Agave, al que pertenecen las plantas suculentas conocidas como agaves, fue nombrado por el naturalista sueco Carl Linnaeus en el siglo XVIII. Linnaeus decidió utilizar el nombre “Agave” para este género en particular debido a su apariencia distintiva y atractiva.
Vale la pena mencionar que el género Agave es nativo principalmente de América, especialmente de México y las regiones circundantes. Estas plantas han tenido una larga historia de uso y cultivo por parte de las civilizaciones indígenas de estas áreas, lo que ha llevado a su amplia distribución y reconocimiento en la cultura y la tradición de la región.
El género Agave es el de mayor especies dentro de la familia Agavaceae, de los cuales el 75% están presentes en México (Eguiarte et al., 2000). El número de especies de este género es de suma importancia tanto económica como ecológica; ya que muchas especies son dominantes en los ecosistemas en que se encuentran en el país, lugares en donde varias especies son claves ya que producen gran cantidad de recursos en el ciclo del ecosistema, especialmente en la reproducción, ya sea como flores, polen y néctar. De estos recursos dependen muchos animales polinizadores de los cuales también son útiles para otras plantas.
Estas plantas han sido utilizadas para múltiples fines desde la época prehispánica, y actualmente son fuente de materias primas para industrias importantes como las de bebidas alcohólicas y fibras naturales. Otros usos como fuente alimenticia, materiales para construcción, ornamentales, etc., se están extendiendo rápidamente debido a su fácil cultivo.
Son pocas las especies de Agave que han sido domesticadas y cultivadas, por ejemplo el A. angustifolia Haw, A. tequilana, A. fourcroydes y A. sisalana. Muchos otras especies son explotadas extrayéndose de poblaciones naturales, casi siempre de una manera no sostenible. Actualmente varias especies de Agave se encuentran amenazadas debido a esta sobreexplotación, por lo que la Norma Oficial Mexicana NOM-059-SEMARNAT-2010 incluye a 18 de ellas en la lista de plantas en peligro, amenazadas o sujetas a protección especial. Esto hace necesario el tomar medidas concretas y eficaces para garantizar la conservación de estas especies y a la vez permitir su explotación racional.
En México, los agaves han tenido y tienen mucha importancia económica y cultural para numerosos pueblos indígenas y mestizos. Los magueyes fueron una de las primeras plantas aprovechadas por los pobladores de Mesoamérica para alimentarse y otros usos (se han encontrado restos en cuevas en el valle de Oaxaca, el de Tehuacán y en Coahuila, en éste último sitio, además se encontraron fibras mascadas, se recuperaron cordeles de ixtle y sandalias elaboradas con fibra de maguey). Los grupos humanos que se establecieron en estas regiones desarrollaron unos de los principales centros agrícolas de América. Al aprovechar los magueyes, estos pueblos adoptaron en México su centro de domesticación y diversificación mediante la selección humana, pues los escogían por sus fibras, el aguamiel o las altas cantidades de azúcares que les proporcionaba. Lo que posteriormente originó que se llamara en náhuatl mexcalli, es decir el tallo y bases de las hojas (actualmente denominadas cabezas o piñas cocidas). Es por esto que los agaves no sólo tienen su máxima expresión de diversidad morfológica, filogenética y evolutiva en México, sino también cultural, ya que los seres humanos que lo han poblado han sabido aprovechar al máximo los beneficios que producen.
Los agaves son plantas perennes, con hojas dispuestas en espiral y arregladas en rosetas en el ápice de un tallo, el cual puede ser corto y apenas sobre pasar unos centímetros del suelo, o bien, ser largo y erecto, en este caso llega a medir hasta tres metros de altura; en varias especies el tallo se dobla hacia el sustrato y repta sobre el suelo o las rocas, por lo que es difícil observarlo, ya que pueden surgir rosetas a lo largo y, además, quedar cubiertos por las hojas secas. Las hojas por lo general son suculentas, fibrosas, con la base dilatada y carnosa; su forma varía de linear a lanceolada u ovada; las de las especies más pequeñas no sobrepasan veinte gramos de peso, mientras que las de los magueyes pulqueros son las más grandes del género, llegando a pesar más de treinta kilos cada una. El número de hojas varía, de cinco a diez en Agave gypsophila y Agave nizandensis, hasta de 150 a 200 en Agave rhodacantha. Los márgenes exhiben una gran diversidad morfológica, los dientes córneos (en la mayoría de las especies) sobresalen como proyecciones de tejido, o bien se ubican sobre una banda córnea continua, mientras que en otras es filífero y se desprende en delgadas fibras o bien muestra dientecillos microscópicos, semejantes a filosas sierras. La hoja casi siempre tiene una espina al final del ápice que puede medir desde algunos milímetros hasta cinco centímetros. El envés muestra la huella de los dientes de la hoja que le antecedió, lo que es muy notorio en las especies con hojas suculentas. El color de las mismas se presenta en tonos de verde y glauco o amarillos, rojizos o violetas. La edad de los agaves es legendaria, aunque muy pocos trabajos abordan el tema; las especies grandes alcanzan su madurez entre los 10 y 25 años, mientras que las especies pequeñas lo hacen después de crecer entre cuatro y cinco años. La inflorescencia que surge del meristemo apical del maguey suele ser desproporcionada en relación con el tamaño de la planta; es de apariencia espigada en el subgénero Littaea y racemosa o paniculada con racimos laterales compuestos en el subgénero Agave. El pedúnculo floral tiene brácteas que se reducen en tamaño desde la base hasta el ápice. Las flores tienen diferentes grados de suculencia, son bisexuales, tubulares, con ovario ínfero, poseen seis tépalos de coloración verdoso-amarillenta en muchas especies, aunque las hay de color amarillo intenso y rara vez tienen tonos rojizos o violetas; los estambres son seis, muy largos, ya que sobrepasan a los tépalos, al igual que el estilo. En la base del tubo se disponen tres nectarios que producen abundante néctar y fragancias que se perciben a cierta distancia. Las flores son protándricas, es decir, los estambres se desarrollan y maduran antes que los carpelos. El fruto es una cápsula seca, trilocular, con semillas dispuestas en dos hileras por lóculo, que son negras, aplanadas y rodeadas por un ala corta en su parte distal redondeada.
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